29 ago 11

La veo todas las mañanas en el Starbucks de la 3th avenida. Sobre las once. Casi siempre va con una compañera. Las escucho hablar sobre la acumulación de trabajo, de las quejas de los clientes y de la dichosa rutina diaria en la empresa.

No sé con seguridad qué color de ojos tiene, por momentos diría que verdes, pero me parecen demasiados oscuros para ser verdes. Pelo liso por debajo de los hombros. Se mueve nerviosa, habla nerviosa. Es nerviosa. Por eso toma capuchino descafeinado con sacarina. Sé también que es muy golosa porque come a diario un raspberry scone (una especie de bollito relleno de frambuesa)  y otros días pide un brownie con doble de chocolate, o sea que la sacarina del café no cumple función alguna.

Tiene preferencia por una mesa alta con dos taburetes que hay junto a la cristalera. Si los taburetes están ocupados toma asiento en cualquier lugar, pero si en el transcurso del desayuno queda libre la mesita se levanta a toda prisa “¡Alice! ¡Alice!, coge el café y el dulce y corre para hacerse con uno de los taburetes. Alice la sigue con aquella paciencia que tienen las amigas cuando ya se han aceptado las manías. A menudo, cuando ocupa la mesa deseada ya ha finalizado el desayuno, entonces, se ríe de sí misma como una tonta ¡Alice, ya hemos acabado!  Y Alice asiente a su compañera con el aguante de las mamás a los niños.

Es hermosísima cuando sonríe, luce unos dientes perfectos dentro de una boca maravillosa que me emboba totalmente. No puedo resistirme a mirarla todo el tiempo. Cuando coincidimos uno frente al otro maldigo la silla que me ha tocado porque entonces estoy obligado a hacer verdaderos esfuerzos para que no se encuentren nuestros ojos. No hay nada que me moleste más que mirar a una chica y que me sorprenda embobado con aquella cara que se te queda cuando te embobas. Estoy seguro de que ella no se ha dado cuenta porque pongo mucho cuidado. No quisiera molestarla, prefiero seguir mirándola en secreto a que me pille observándola y que se incomode por ello.

A las mujeres no les gusta que se las miren todo el tiempo, y menos en una cafetería a las once de la mañana, a excepción claro está de si tú les gustas a ellas, entonces la jugada cambia de color, pero ¿cómo saber eso? Ah.

El otro día estaban las dos (aún no sé su nombre porque su compañera Alice nunca la llama a gritos como hace ella) y entró alguien de su empresa, se pusieron a hablar y escuché el nombre de la empresa para la que trabajan. Ahora sé qué empresa es. La busqué en internet y, efectivamente, está junto al Starbucks de la 3th avenida. O sea que no hay duda. Bueno ¿y qué? he pensado en mil maneras de contactar pero ninguna funciona. A ver: La asesoría donde trabajo me permite ofrecer los servicios a cualquier empresa, pero no voy a presentarme allí por las buenas “Hola, soy el del Starbucks de cada mañana ¿necesitan un Contable?”.

Otra forma sería por teléfono, aunque las posibilidades de que una empresa, hoy día, acepte una oferta por teléfono de unos asesores es tan improbable como que “ella” entrase mañana por la puerta de mi despacho. Tengo que urdir un acercamiento que parezca casual.

Veamos. Alguien que no sea yo. Porque si su empresa declina la oferta yo podría seguir yendo al Starbucks cada día sin miedo a ser descubierto, y si la empresa dijera que sí, entonces iría yo en la segunda visita y quedaría como un rey, porque a las primas visitas van los más pringaos, para entendernos, los que se cascan los nudillos abriendo puertas a palo seco. ¡Sam! Eso es, mi compañero Sam, el de la oficina sur de Manhattan. No, un momento ¿y si se la liga él? ¡Maldita sea! no había pensado en ello. Me arriesgaré porque la idea es cojonuda.

Llamaré a Sam, además me debe un "favor de caza" después del asunto de las lesbianas en el Jadis. Y Sam tiene más categoría y recursos que yo en la consultoría, los suficientes como para montar una demostración de aquellas con videoconferencia con la central y así dejarlos alucinados. No creo que le guste la compañera “Alice” pero eso ahora no cuenta, el objetivo es el objetivo, si empiezo a ponerle palos a la rueda al final cogeré azúcar en la sangre de la cantidad de pastelitos que como en el Starbucks esperando a que llegue mi brownie con doble de chocolate.

El viernes invitaré a Sam y le propondré la estrategia. Otra vez queso que te crió.


Deedo Parish